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Regalar pañuelos acarrea disgusto, sobre todo entre novios.

El pañuelo, usos y costumbres a través de la historia.

Regalar pañuelos acarrea disgusto, sobre todo entre novios; en general, dan mal fario y barruntan lágrimas. En Andalucía sirve para hallar lo perdido si haciendo un nudo en cada una de sus esquinas se dice:
san Coconato, san Coconato, los cojotes te ato, y hasta que no lo encuentre no te los desato.

Se creía en la Grecia clásica que un nudo en cualquier trozo de lienzo que se llevara como bolso o hatillo contrarresta el mal de ojo; acaso se relacione con ello la costumbre supersticiosa de hacer un nudo en el pañuelo para no caer en el olvido de algo. Mi madre me aconsejaba, siendo yo joven, no introducir el bolsillo el pañuelo doblado y recién planchado, y añadía: "No es bueno tanto atildamiento, pues el demonio se fija más en quien va de punto en blanco".

Antaño, las mozas apretaban en la mano un pañuelo de seda negro y pedían a la luna nueva que les dejara ver, para reconocerlo, como vestía el hombre que las llevaría al altar; también servía esta ceremonia para saber cuántos amantes iban a tener en la vida.

En Roma, agitar el pañuelo en el circo indicaba aprobación y agrado; no hacerlo era muestra de censura o descontento, costumbre que pervive en el coso taurino y algún otro espectáculo.

En las despedidas, no es bueno seguir agitando el pañuelo cuando ya no se divisa la persona que se va: hacerlo es tanto como enviarle a un viaje sin retorno. Por curioso que pueda resultar, para lo último que se utilizó el pañuelo fue para sonarse las narices; sonarse en público, así como hacer cualquier otro ruido corporal, era de mal gusto en la sociedad romana.

Su primer uso fue limpiar el sudor de la cara, como su nombre latino indica: facilia, en plural, porque se llevaba más de uno; Quintiliano habla del ‘candidum sudarium’ pañuelo para ocultar el rostro y protegerse del sol, como hacía Nerón; también para proteger la garganta.

Cuenta Eusebio de Cesárea en su Historia Eclesiástica, que el "othone" de los griegos servía de pañuelo y servilleta, aunque se utilizó también como venda. Poseerlo indica distinción, ya que el vulgo no lo utilizaba, contentándose con agitar al viento una parte de la toga cuando asistía al circo.

El poeta latino Catulo dice que regalarlo era gesto valorado, sobre todo si era de calidad, como los que se fabricaban en Setabis, la valenciana Játiva.

Hasta el siglo XVIII ni su tamaño color o forma era importante. Fue María Antonieta, esposa de Luis XVI, quien dictaminó que fueran cuadrados.

En 1844 llegó a Madrid la moda del pañuelo a la "fleur de Marie", que los elegantes portaban en la mano; de ese pañuelo se valían las damas para dar a entender a sus acompañantes su interés, dejándolos caer cuando juzgaban que el mozo valía la pena, treta que a veces salía mal: la revista Woman recoge en un número del año 1982 la anécdota de cierta señorita que habiendo dejado caer el pañuelo, y no siendo recogido por nadie, se vio obligada a empujarlo con el pie hasta su casa, pues recoger el propio pañuelo daba mala suerte.

Es voz latina, diminutivo de pannus = paño, lienzo, de donde se dijo en la Edad Media "pañizuelo, pañezuelo". No existe documentación del término anterior al siglo XVI.