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Es bueno frotar la escopeta con la sangre de la última pieza cazada, da suerte y augura.

Sección de costumbres populares, esta semana... El Cazador.

Cazadores y pescadores son gente supersticiosa; cualquier pequeña cosa puede hacerles concebir esperanzas y temores. Desde antiguo, una de las peores es desearles buena suerte: se suben por las paredes si alguien lo hace, y tienen por esa razón no cazarán ni un conejo. Asimismo, hay encuentros desafortunados para el cazador: si camino del coto se cruza con una embarazada, o un cura, debe cruzar los dedos, de no hacerlo se quedará sin cobrar pieza.

También se tiene por mal agüero tropezarse con un mendigo, a quien no sólo no debe dar limosna, sino que ha de maldecirlo o insultarle sin que nadie le oiga. Se cuenta que Mariví Dominguin, cuyas memorias se han escrito, que en cierta ocasión encontró un papel donde alguien había dibujado un jabalí,y como estuviera atravesado por dos impactos de bala preguntó a qué podía deberse, y se le dijo que era la expresión del deseo de cazar esa pieza, manifestado por alguien en vísperas de cacería. Curiosa práctica que ha sobrevivido desde los lejanos tiempos de las cuevas de Altamira hasta los nuestros.

Es bueno frotar la escopeta con la sangre de la última pieza cazada, da suerte y augura la consecución de otra más, sobre todo si una muchacha virgen pasa por encima del cañón, en cuyo caso está asegurado el éxito para la temporada. Entre los cazadores alemanes circuló hace mucho tiempo la convicción de que un clavo arrancado de un ataúd, clavado sobre la huella que dejó un animal le impide escapar, siendo cuestión de tiempo el que caiga abatido.

Entre los amantes del arte cinegético de la nacionalidad citada se ha llegado incluso a la profanación y el sacrilegio, así entre los freischutz o apasionados de la caza se ha dado el caso de sustraer hostias consagradas y fijarlas a un árbol para disparar sobre ellas en la creencia de que al ser el cuerpo de Cristo manarían sangre, que mezclada con el plomo del que se hacen las balas obrarían el prodigio de no errar nunca el blanco.

Para conjurar el llamado maleficio de la escopeta se recomienda cargar el cañón con pan de centeno, o lavarlo con una decocción de verbena y artemisa mezclada con vinagre. Es término latino, participio activo de captiare, a su vez de capere = coger. Se emplea en castellano con el valor semántico actual desde el siglo XIII. Tirso de Molina escribe en primer cuarto del siglo XVII.

¿No eres cazador mayor?
Busca, vela, ronda y traza,
Que sin trabajo no hay caza,
ni sin diligencia amor.