La golondrina. Dentro de la sección costumbres populares.
Los griegos no la tuvieron por ave migratoria: pensaban que a la llegada del mal tiempo se escondía, y oculta bajo el barro aguardaba al buen tiempo. Ya entonces existía una superstición en torno a ella: si entraban en la casa era necesario recitar una fórmula para deshacer el maleficio: a este fin se le untaba las alas con aceite de oliva y se decía: "llévate la desgracia a la casa de quien me desea el mal".
En la tradición romana, matarlas iba en contra de las leyes de la hospitalidad, ya que estas aves escogen la casa donde nidifican. Era ave no exenta de sacralidad por estar dedicada a los dioses Penates que tutelaban el hogar, por lo que robar o destruir sus nidos era sacrilegio.
Desde antiguo, pues, se cree que traen suerte a quienes viven en lacas en cuyo tejado anidan, durante el tiempo que estén en el alero.
El porqué de estas supersticiones está en la leyenda piadosa según la cual ellas quitaron las espinas de la corona de Cristo en la Cruz. Un cantarcillo, que todavía se canta en Asturias donde nadie osaría matar a una de estas aves o destruir su nido so pena de ver morir a su mejor vaca, dice: "en el monte Calvario las golondrinas le quitaron a Cristo las cinco espinas".
Quien destruye sus nidos tendrá contratiempos y le perseguirá la desgracia: si tiene vacas o cabras dejarán de darle lecho o le darán mezclada con sangre. En Austria se les llaman "pájaros de la Virgen", y en el norte de Italia las llaman "pollitos del Señor’.
Una creencia muy antigua afirma que ayudaron a Dios a construir el Paraíso. Pero también existen aspectos negativos: verlas en invierto o con la cabeza escondida bajo su ala es de mal presagio. Una de las canciones infantiles que algunos recordarán, incluso hoy, es la que reza de esta forma: "golondrina que volando te alejas de mí, vuelve pronto a mi tejado en el florido abril. Vuelve, vuelve, golondrina, vuelve pronto a mi balcón ... ¡oh, oh, oh ...! vuelve pronto a mi balcón".
Es voz latina, de hirundo, de donde acaso derive golonde < erondre < olondre, a través de cuyo diminutivo se formaría el término allá por el siglo XIII.