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El color amarillo. Uso y costumbres.

En la antigüedad, el rostro de la divinidad se representaba con el color dorado, color que gozó de predicamento de Grecia, donde fue adscrito a Apolo y representaba el calor, la luz, el brillo, el oro, razones por las que Roma lo asoció a la majestad imperial.

Decayó su prestigio a lo largo de la Edad Media por razones peregrinas: en los lugares aquejados de epidemia se mandaba enarbolar una bandera amarilla, asociación que le hizo odioso y lo rodeó de espanto.

El amarillo con cierta tonalidad rojiza aludía al brillo de la inteligencia y era el color de la sabiduría, por lo que tuvo fama de potenciar la capacidad intelectual, dar equilibrio a la persona y llevarle alegría a su vida, aunque el amarillo pálido simbolizó la traición y fue relacionado con la envidad y los celos.

Se dijo asimismo que sus radiaciones afectan al sistema nervioso y daña a los temperamentos exaltados. Eso pensaban los antiguos de este color caliente cuyas virtudes encerraban piedras como el topacio, el jacinto, la turmalina o el ojo de gato.

Antes de que el dramaturgo y actor francés del siglo XVII, Moliére, muriera en escena vistiendo un atuendo de ese color mientras representaba ‘El Enfermo imaginario’ el amarillo era ya sospechoso: en la Edad Media, si un caballero lo llevaba en el torneo mostraba que estaba desesperado, que desconfiaba de obtener el favor de su dama.

Sin embargo, ver un pájaro amarillo el día de San Valentín da suerte con la mujer amada.

Ese valor ambiguo se debió a una mezcla de elementos: por una parte, era el color de la pureza entre los romanos; por otra, la tradición dice que Judas Iscariote vestía de amarillo la noche que traicionó al Señor, razón según algunos historiadores y antropólogos por la cual en algunos momentos de la Historia los judíos fueron obligados a vestir atuendos de ese color.

Ya entones se le tenía por color diabólico: amarillo es el azufre, con el que se asocia al reino de los réprobos, y amarilla es la casa del demonio.

Es voz procedente del bajo latín hispánico: amarellus = pálido, diminutivo del clásico amarus = amargo, por ser color típico de quien padece ictericia, trastorno causado por la secrección anormal de la bilis. Es de uso muy antiguo en castellano, encontrándose ya en documentos del año 919. En el siglo XI ya se escribía ‘amariello, amarialo’.