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El corazón del mundo.

Artículo de opinión de la consejera de Cultura, Blanca Calvo, con motivo de la Día de Biblioteca.

Hace unos días, el flamante Premio Príncipe de Asturias de las Letras, el escritor norteamericano Paul Auster, decía que siempre le ha fascinado de la literatura el hecho de que pone en contacto la intimidad de dos personas totalmente desconocidas y, a menudo, considerablemente alejadas, de los miles de millones que viven en nuestro planeta. Esa misma fascinación la hemos sentido todos los que alguna vez hemos abierto y disfrutado de la lectura de un libro.

Leer es un acto extraño, mágico y místico, una poderosa alquimia que nos permite explorar como protagonistas u observadores las ideas, las luchas y las vidas de personas que murieron hace siglos, que vivirán dentro de milenios o que nunca han existido físicamente, pero a las que hacemos realidad cuando, mientras avanzamos por la sencilla y al mismo tiempo compleja combinación de blancos y negros que conforman una página, les dotamos de cara, cuerpo y contexto en nuestra mente.

Leer nos conecta a la poderosa corriente de la vida del universo. Una corriente múltiple, diversa, inabarcable, hecha de miles de remolinos y remansos, de miles de brazos de río calmos y apacibles o caudalosos y enlodados, chicos y grandes. Nos hace vivir otras vidas, reales o imaginadas, e incluso nos puede hacer cambiar la nuestra.

Coger un libro es como conectarse a una máquina de viaje en el espacio-tiempo que nos traslada a otra realidad, que nos acerca otras voces y otros ámbitos.

Si un libro tiene ese poder, una biblioteca tiene ese poder multiplicado por mil, dos mil, tres mil… Pero tiene un poder añadido, pues es como una escuela, no sé si decir de ingeniería aeronáutica o de magia, que nos enseña a utilizar esas extrañas máquinas de viaje en el espacio-tiempo. Los profesores somos nosotros mismos, sí, pero también los bibliotecarios y bibliotecarias que nos orientan con respecto a un libro, los compañeros del club de lectura con quien intercambiamos experiencias lectoras o, simplemente, el viejo amigo a quien nos encontramos entre sus estantes y nos comenta eso de “¿Has leído éste? Es muy bueno”.

Por todo ello y por muchas cosas más –bien, no me resisto a proclamar al menos una de ellas: la pasión que mueve a los trabajadores de las bibliotecas, muchos de los cuales asumen su tarea más como una misión que como un empleo- creo que no es exagerado definir a las bibliotecas como el corazón del mundo.

Todos sabemos que el corazón es ese órgano por el que pasa toda la corriente sanguínea de nuestro cuerpo, del que toda la sangre parte y al que toda la sangre llega para cumplir esa imprescindible tarea de alimentar nuestro cuerpo.

Pues bien, a la biblioteca también llegan, desde todas las partes del mundo, libros con fotos, con ideas, con relatos. Llegan y parten, pues los usuarios los cogen prestados, los recomiendan, los compran cuando les ha gustado su lectura tanto que creen que ese libro merece la pena que esté con él siempre.

Y déjenme decirles que al igual que la sangre alimenta nuestro cuerpo, las bibliotecas alimentan la vida de nuestra sociedad. Alimentan la vida de cada persona individual, pero también la vida de nuestras ciudades y pueblos, pues las ideas que difunden los libros, las puertas a nuevas vidas que suponen, hacen que las personas crezcan y conciban nuevas ideas de mejora social, nuevos inventos, nuevas creaciones artísticas.

Créanme cuando les digo que nuestra región, nuestro país, nuestro mundo, no podrían sobrevivir sin bibliotecas. Les faltaría un alimento invisible pero indispensable. Tan invisible y tan indispensable como el que transportan los glóbulos rojos.

Les invito a celebrar el Día de la Biblioteca de la mejor manera posible: usándolas. Feliz Día de la Biblioteca.

Fuente información www.jccm.es.