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Carta recibida en esta redacción web

Adiós a un gran actor, Agustín González. Por José María Arcos Fúnes.

Cuando hablaba con él el pasado jueves por la tarde estaba ya en casa. Había estado ingresado 12 días en el hospital y ese mismo día le había mandado el médico a su domicilio. Lo peor de la crisis había pasado. La neumonía que le había provocado una insuficiencia respiratoria severa empezaba a remitir. Me contaba como el día uno de Diciembre por la tarde cuando le reconocía el médico y ordenaba su ingreso en la clínica de la Zarzuela, le dijo que le dejase ir al teatro para hacer la función (estaba representando en el teatro Reina Victoria de Madrid la obra ‘Tres hombres y un destino’, junto a Manuel Aleixandre y a José Luis López Vázquez) por que no sabían nada sus compañeros de que su resfriado mal curado se había complicado, y no era cuestión de que les avisase por teléfono para que suspendieran la función. Iría, haría la función y regresaría al hospital para su ingreso nada más concluir ésta. El médico –imagino que a regañadientes- le permitió que lo hiciera.

Su voz por teléfono reflejaba su dolencia, débil y sin su timbre poderoso y característico, pero estaba animado porque ya en casa podría recuperarse definitivamente, siguiendo el tratamiento que le habían prescrito y ya libre del agobiante régimen hospitalario que tan poco le gustaba. Hablamos de la fecha del día 11 de Mayo que teníamos que hacer un recital, aquí en Ciudad Real, con motivo de FENAVIN, sobre el vino en la poesía.

Teníamos pendiente también cerrar alguna otra fecha para hacer unas lecturas dramatizada sobre ‘El Quijote’, que estrenamos el pasado mes de Julio en el Festival de Teatro Clásico de Almagro, junto a Emilio Gutiérrez Caba, María José Goyanes y Ramón Langa, donde él leía con su voz y con sus manos el personaje de Alonso Quijano.

Era un magnífico actor, extraordinario conversador, culto e inteligente, que formaba parte de la historia de nuestro teatro. He tenido la suerte, en los últimos años, de compartir con él en varias ocasiones recitales poéticos y su vitalidad era extraordinaria. Creo que fue en El Escorial, hace unos meses donde nos comentaba, refiriéndose también a sí mismo, que lo que más rabia le daba era que una persona cuando se encontraba con mayor lucidez y fortaleza mental, con ganas y posibilidades de hacer muchas cosas, la vejez viniese a ser una antesala anunciada de la desaparición de este mundo, algo que no comprendía y que consideraba una gran injusticia de la naturaleza. Y es que a sus 74 años nos tumbaba a todos conversando de cualquier cosa, política, literatura, historia, y no sólo por que, como ya he dicho, tenía una vasta cultura, sino porque cuando en las tertulias, tras los recitales, después de varias horas, nos vencía el cansancio y queríamos irnos al hotel a dormir, él seguía locuaz, ocurrente y saboreando las polémicas que sobre cualquier tema desarrollábamos.

Nos quedan sus extraordinarias interpretaciones en películas como ‘Las bicicletas son para el verano’, ‘El abuelo’, ‘La escopeta nacional’, ‘La corte del faraón’, y tantas otras. Yo, además, he perdido a una persona a la que admiraba y quería, no sólo porque me había permitido, sin yo tener nombradía artística alguna, compartir escenario a su lado en múltiples lecturas y recitales de poesía sino porque era paradigma de la generosidad, la sencillez y la amistad.